Mucho que aprender y desaprender

Aprendiendo a desaprender

Te invito a que reflexionemos juntos para que este sector, que tanto nos ha dado y tan difícil nos lo pone en ocasiones, sea, en adelante, un orgullo de todos en cambio y modernización. Pero sobre todo, que crezca en boca de todos.

Intentando desaprender

Nunca es mal momento para reflexionar. Y ahora que nos hemos acostumbrado a oír y leer palabras tan poco amables como "cuarentena", "confinamiento", "pandemia" o "mascarilla", toda reflexión es poca para enfrentarnos al futuro tan incierto que se nos avecina con algo más de seguridad y, sobre todo, con más energía de la que hemos podido ir acumulando en los últimos dos meses. 

Si ponemos "reflexionar" en nuestro buscador de referencia, la respuesta que nos devuelve es la siguiente: Pensar y considerar un asunto con atención y detenimiento para estudiarlo, comprenderlo bien, formarse una opinión sobre ello o tomar una decisión. Y es precisamente por ello, por la necesidad que tenemos de tomar decisiones para el hoy, el dentro-de-un-rato y el mañana, que propongo una personal reflexión acerca del sector del vino.

El consumo del vino no ha parado de crecer

Cuando la hostelería cerró, el consumo de la cerveza empezó ascendiendo en mayor proporción que el del vino. Parece que la cerveza siempre ha sido más atractiva en su puesta en escena y más fácil para el consumidor. 
Nota: este tema merece reflexión obligatoria. Es culpa nuestra que el vino sea más farragoso -y muchas veces más aburrido- de entender y, por tanto, de consumir, que la cerveza.

Sin embargo, el incremento del consumo de la cerveza se ha visto desacelerado en estas últimas semanas, siendo superado por el del vino. Y, ¿por qué ha ocurrido esto? Desde mi punto de vista, y comparando con mi entorno más cercano, tengo la sensación de que la cerveza está a la altura de lo que se le pide cuando vamos a tomar una decisión rápida, en caliente y para consumir en breve. No suele haber decepciones, encontramos lo que buscamos y no le pedimos más. Es, está y nos gusta así. Y el vino, por el contrario, requiere pensárselo algo más, imaginar qué te pueden servir cuando pides un ¿tinto?, ¿reserva?, ¿Rueda?... las opciones son variadas y las copas se llenan, igualmente, de cosas variadas e inesperadas en la mayoría de los casos. Y esto nos echa para atrás muchas veces. 

Pero en las últimas semanas ha ocurrido algo. Llevamos tantos días en casa elaborando platos dignos de presentar a concurso, cocinando desayunos, comidas y cenas, repitiendo escenario continuamente… que se nos ha despertado la curiosidad por probar cambios en el acompañante (¡y me refiero a la bebida con la que maridar!). 
Digamos que la cerveza nos ha hecho sobrellevar el confinamiento de manera inmediata, fresca, ágil y fácil y, en unas semanas (equivalentes a varios meses/años fuera de este Gran Hermano en el que nos encontramos), hemos pasado a la fase de la prospección y descubrimiento de nuevos productos, donde ha seguido creciendo consumo del vino. 
Y es que tenemos la inmensa suerte de que el vino de aquí no sabe igual que el de allí. Un Syrah australiano no se parecerá al un Syrah francés y, además, hay tantas variedades, coupages, tipos de elaboración, suelos de cultivo y un larguísimo etcétera, que podemos ofrecerle al consumidor ávido de probar, tantas opciones como a él mismo se le ocurran. Y eso con la cerveza no le pasa. ¡Vamos a aprovecharlo! 

Y nos preguntamos, ¿por qué esto no ocurre en la misma proporción de manera natural en el consumidor, confinamiento aparte? Porque hoy la red ofrece todo lo que deseemos comprar. Porque lo puedes tener en la encimera de tu cocina en apenas horas. Porque cuando salgamos de nuevo a bares y restaurantes veremos la oferta limitada (muy limitada en muchos casos). Porque no tendremos acceso tan directo a pequeños productores. Porque compararemos con los precios que hemos pagado en tiendas, supermercados y directamente a las bodegas y nos parecerá alto el precio a pagar en el bar/restaurante. Y un largo etcétera que nos corresponde a todos analizar. 

También ha influido en el constante crecimiento del consumo del vino el hecho de acercar de manera más llana y amigable el consumo de vino a todo tipo de público. Aunque sigamos viendo catas de vinos que más podrían parecer ponencias de astrofísica que la venta de un producto a un comprador cualquiera, empezamos a entender que el consumidor es más desenfadado que el sector y que él busca la diversión en el consumo y no la expresión de su yo cultureta para redactar un ensayo de filosofía eno-social (disculpad mi sarcasmo).

El consumidor quiere comprar. Eso debe quedarnos claro. Y compra vinos de todos los precios y lugares de España -y del mundo-. Sólo tenemos que ver algunos de los análisis que empiezan a ver la luz. Aprovechemos esa oportunidad que se nos está brindando.

Por ello, considero que esta situación tan horrorosa nos va a dejar pequeñas señales de cómo funcionamos como individuos y como sociedad. Y está en nuestras manos querer descifrar o no el mensaje. 
El consumo cambia (ya lo venía haciendo) y las necesidades y pirámides de valor que todos construimos, también. Tomemos ventaja de la situación antes de que sea la situación la que nos deje sin opciones.
 
Y tomemos vino mientras reflexionamos, que como dijo el compositor checo Gustav Mahler "Un vaso de vino en el momento oportuno, vale más que todas las riquezas de la tierra"


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